Ser profesora de yoga no va sólo de dar clases y de mantener tu práctica. Nuevas tareas se van sumando, a veces teniendo que aprender todo desde cero: gestión, traslados, limpieza, difusión, diseño de clases, contabilidad. ¡Normal que se te haga bola!
Y es que vivir bajo la sombra del síndrome de la impostora apaga tu luz: sientes inseguridad para transmitir con certeza los frutos que has recogido en tus formaciones, te da vergüenza cantar mantras o te cuesta interpretar un sutra porque ¡y esto es jodidamente cierto! la cantidad de información que manejas es tan grande, que abruma.